Caminaba por su acera cada vez que tenía oportunidad, a veces inventaba los motivos de pasearme frente a ella que yacía tras esa vitrina mirándome e invitándome hacia su mundo, cada vez que miraba sus ojos oscuros y profundos se hacía más grande mi desidia a mi racionalidad, fumaba un cigarrillo de los más fuertes en hasting avenue, mientras caminaba cortaba los pasos y siempre estaba ella con su carita pálida su labios pequeños de granate, siempre con el mismo vestido de tul, arregladita como para una ocasión especial, mientras partía sentía sus manos firmes tocar el cristal, preguntándome; porque partes sin mi, porque obvias nuestra historia.
Aquella mañana fría de invierno, fui a visitarla como de costumbre y en el lugar de su silueta no había nada, no estaba ella, sentí el frío calarme los huesos y el corazón, mi razón se perdía, y sólo la necesitaba a ella, mirarla era el remedio de mis días, apreciar su belleza inalcanzable era la dosis de utopía que necesitaba para saciar mi sed de magia.
Camine y camine sin rumbo aquel día, no tenía el valor para preguntar por ella, porque ya no estaba allí donde eran nuestras citas fugaces y falaces, donde la oía alguna vez, su voz era la de una deidad hablándote al alma sin mediadores ni conectores.
A todas horas la buscaba porque yo amaba a esa mujer, aquella noche de enajenación decidí armarme de valor y buscarla en los confines de cada mundo y decirle que la amaba, derrepente estaba allí con un vestido distinto, violeta como la sangre misma, con nuevas joyas y con la misma sonrisa y mirada de enamorada, como aquellas novias de antaño que esperaban por la ventana al amor de su vida, ella no era como las mujeres de julio que me dañaron la razón y destrozaron mi inocencia, ella era diferente ella sólo me tenía a mi y sólo yo la entendía, llovía como de costumbre pero no sentía el frío, mi corazón estaba ardiendo y con las pestañas mojadas tome una decisión.
De una pedrada rompí el cristal y corrí y corrí con ella, ambos de la mano, sentía su cuerpo temblarme, nos iluminaba la luna de mayo y la brisa de junio, la lleve a mi hogar, bailamos como imaginándonos nuestro futuro baile, un dos tres un dos tres, ya todo me daba igual, yo le hablaba de nuestro futuro y ella lloraba en silencio, se los juro.
De pronto desperté, entre cuatro paredes sólo tenía un lápiz en la mano y todo era blanco, ella ya no estaba y yo aún la recuerdo. Ellos, los que me trajeron a este lugar nunca entendieron que el amor no tiene espectro, ni forma ni sueños, yo la amaba y ella la mujer de cartón piedra reía en silencio se los juro.
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