Me la he pasado cuarenta y cinco minutos intentando ver tu foto y soltar una lágrima, sólo una sería suficiente para quebrar mi corazón y llevarme al libido de la melancolía, pero mis ojos permanecen secos, acaso mi alma también ha sucumbido y se ha acostumbrado a los designios de la vida, acaso he llorado sin llorar?
Recuerdo el día de ayer, manejaba a cien kilómetros por hora con una llanta de repuesto, había empezado a llover media hora antes, justo en el momento en que procedía a cambiarla. Empapado por la lluvia de Vancouver y con la ropa llena de lodo seguí manejando, la llanta de repuesto no me daba problema alguno más la canción que hacia su presencia en el pequeño auto que sólo tiene un parlante trabajando me quebraba la voz al cantarla, y yo desentonaba dentro de la impermeable cápsula, "odiame por piedad yo te lo pido, odiame sin medida ni clemencia, hoy yo quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido".
Siguiendo esta premisa yo prefería el odio, el solo pensar que pasaras un día de tu vida sin pensar en mi me llevaban al lugar donde nunca un escritor quiere caer, donde nunca un poeta quiere socavar, donde un narrador no quiere terminar, donde yo no puedo estar.
Todos los papeles empapados de noche fueron a parar empuñados y arrugados al olvido, cogí nuevas hojas y empece a re-escribir mi ensayo, el ensayo de mi vida.
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