martes, 15 de febrero de 2011
ELLA SE FUE, Y CON ELLA LA TINTA.
Una botella de whisky, una madrugada muy cálida, son las condiciones propicias para empezar a dejar que vierta de aquel vaso estrambótico las singularidades que de mis suplicas internas y cada vez más intensas luchan fieramente por liberarse.
Escribir sobre una virtud muy peculiar del hombre en estas condiciones bohemias afina mis sentidos llevándolos a un apartado de la realidad, y trataré estoico a que esto no se cumpla, tal vez será que estoy exhausto de que acostumbren a lindar mis versos y palabras, cuando es una utopía lo que escribo, no quiero ya seguir fingiendo y hoy más que nada que no siento tus tersas manos, que no escucho el susurrar de tu corazón, que no logro vislumbrar ni un ápice de tu dulzura, que no te siento amor.
Hoy más que ayer, quiero recordarte en aquel pasado renegrido por decisiones mudas y estúpidas, aquel lejano burdel de indecisiones, y quiero recordar tus ojos brillantes que alguna vez compare con la luz de las estrellas, remembrar nuestras salidas, son tantos los deseos, que hasta pienso en dejar esta hoja en blanco e ir a buscarte.
Pero como siempre la poca decisión que aventajan a mis decisiones está ahora mismo en este papel, y no encuentro salida a estos sentimientos que manejan sabiamente lo que en adelante han de leer.
Dejaré las generalidades, las métricas y las formalidades, para hablarles sobre lo que sucede cuando un corazón aguarda por el amor, cuando reniega del presente por aferrarse al pasado perfecto, al pasado iluminado, al pasado que aun vive.
La acobije en una noche de agosto, recuerdo bien los momentos detallados, ella estaba con un vestidito blanco, sus muslos liberados pecaminosamente con los hombros, pero el solo hecho de abrazarla exacerbaban mi amor por ella, era un ángel sobreviviendo en un mundo terrenal, ellas siempre me inspiran a inmortalizarlas, siempre me dan de sus experiencias, pero nunca me llenan, siempre llegan a un límite, y lo que este corazón solitario busca es algo sin límites, el amor verdadero. Fue esa la idea que ingresó en un santiamén, y el error más grande que puede cometer un ser humano, es jugar a ser superior y creer que puede dominar todas las situaciones.
Aquella noche la dejé ir, se fue dejando un rastro muy melancólico, mi cuerpo le rogaba a gritos que se quedará, pero no bastaba con el deseo carnal, ambos necesitábamos el deseo celestial de sentirnos amados.
Y le dije acompáñame piadosamente en esta noche bohemia, te necesito a lo lejos o cerca, solo es imperativo que tus ojos estén conmigo guiándome. Y tú vos no se pierda en el silencio. Pero ella se fue.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)